lunes, 22 de febrero de 2016

La incertidumbre...




Oh la incertidumbre! Ese permanente estado de misterio que es tan confuso y desesperante para la mente, o al menos para la mía lo es. Y es que la paciencia ya no me aguanta lo que antes, qué puedo decir, cosas de la edad. O quizás precisamente por la edad debería serlo, pero poco a poco se me ha diluido esa virtud. Yo no soporto la incertidumbre, tal vez sea mi naturaleza o tal vez sea una condición astral, vaya uno a saber, lo cierto es que estar en ese estado me produce un revoltijo en el estómago.

A mí me gusta saber. Mi mente quiere saber, quiere resultados. Adivinar es algo que me produce incomodidad. Quizás para algunos sea divertido, eso de estar adivinando, de jugar al gato y al ratón, de esperar pacientemente los resultados...En fin. Quizás la incertidumbre sea de utilidad en algunos aspectos, pero cuando lo aplicas en el amor la cosa se jode.

Y es que soy así, busco la respuesta, y no me espero a que pasen mil años. Y quizás suene atrabancada, desesperada ó loca, pero caray todos tenemos defectos. Y lo que me desespera aún más es él y su incertidumbre. Rayos!

Físicamente, la incertidumbre establece la imposibilidad de que determinados pares de magnitudes físicas observables sean conocidas con precisión arbitraria. Y eso suena más fácil que tu silencio, tu incertidumbre. Caray, eso lo puedo entender, pero tú... 

Déjame con mi conceptos, con mi locura, déjame a solas y márchate con tu incertidumbre a otro lado. Que al fin, esto ya se acabo.

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