lunes, 27 de agosto de 2018

La lucidez del Quijote




Recuerdo que, hasta hace un par de meses, cuando hablaba con Sancho de mis infortunios, él me decía, con en esa paciencia que lo caracteriza, "ya pasará, el dolor pasa, ya lo verá". Yo hacía un ademán y decía que él no lo entendía. Por supuesto que lo entendía, dado que él también ya tenía cierta experiencia en esto que a mí me gusta llamar "los infortunios amorosos". No es que yo no lo tuviera, solo que mi actual situación era en verdad, desafortunada. Prácticamente, yo estaba enamorado de una persona que no existía, o al menos, era consciente de eso cuando recuperaba la lucidez, sin embargo, cuando volvía a sumirme en aquella surrealidad, o irrealidad tal vez sería un término más adecuado, me rehusaba ante tal posibilidad. Oh Dulcinea, mi dulce Dulcinea. 

Me parecía un total disparate que semejante mujer hubiese sido un producto de mi imaginación, estaba convencido de que ella existía, quizás no aquí exactamente, pero si en algún lugar. Recuerdo que cuando Sancho me dijo que Dulcinea era en realidad Aldonza, me pareció una ofensa, como es que podía comparar a mí señora con esa vulgar campesina. Me rehusé a creerlo. A veces aún lo hago. Sancho me dijo en múltiples ocasiones que Dulcinea no era como yo creía, no era como yo la había creado. Quizás tuviera razón pero yo no podía creerlo.

¿Como era posible que no existiera aquella perfecta dama por la que yo había peleado contra gigantes? ¿A la que le había escrito cartas? Cuando volvía a mi estado lúcido, él cuál no era de mi agrado siendo sincero, porque me parecía aburrido y patético, me preguntaba si no había sido precisamente ella, la que me había lanzado a la locura. Quizá, y se lo agradezco. Gracias a ella una parte de mi vida estuvo llena de aventuras.

Sancho me dice que ya la olvide, pero es que él no lo entiende. O tal vez si, es que él es muy sabio. A veces pienso en ella mientras miro por la ventana y tamborileo los dedos en alféizar y veo unos extraños molinos de viento que se agitan al compás del aire y la llamo: oh Dulcinea, mi dulce Dulcinea. Incluso a veces, cuando tomo un paseo por el bosque, puedo jurar que los árboles me susurran su nombre, puedo jurar también, que los pájaros también lo dicen en una dulce melodía.

Oh Dulcinea, me pregunto dónde éstas. Si estás durmiendo apaciblemente u observando el cielo nocturno, o sí estás dando un paseo alegremente por el jardín. Me pregunto si te habrán llegado mis cartas y si aún me estás esperando. Quizás pronto vuelva a ti mi Dulcinea, quizás pronto nos reunamos de nuevo. 

Creo que debo parar aquí. Escuchó a Sancho a lo lejos. Viene a darme un menjurje para que me recupere. ¡Ja, como si yo lo quisiera! Ay Sancho, el buen Sancho. Ojalá supiera que yo no extraño la realidad, que yo soy feliz en la locura, porque es ahí, donde puedo estar con ella, con mi Dulcinea.

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Nota: Como es fácil de deducir, esta historia esta basada en la novela "El Quijote", aunque debo admitir que nunca la he leído, así que me tomé libertad creativa.
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Esta historia esta dedicada a Clarita. Saludos.

3 comentarios:

  1. Te quiero, no lo olvides

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  2. Creo que todos tenemos una personalidad dentro del internet y otra muy distinta fuera, o por lo menos eso creo, es sólo una idea.

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    1. Hola señor Conejo! En mi caso creo que el blog es una extensión de mi personalidad, donde puedo expresarme libremente. Lo que escribo aquí es realmente lo que pienso y siento sobre muchos temas. Creo que hay personas que, como usted dice, crean un personaje en internet y son diferentes en personas, y también esta bien, ya depende de cada uno.
      En cuanto a la historia, la escribí por otra razón. Como lo dice ahí, a veces nos enamoramos de alguien que no existe en la realidad, sino solo en nuestra imaginación. Saludos!

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