Soy de las que le va mal en el amor. Y no lo digo para sonar como heroína trágica, de hecho creo que es lo último a que suena. Pero es que en serio, parece que estoy salada.
Me le declaré un chico y me dio que no. No es que le tema al rechazo, creo que es parte de la vida. Y aún así la suma de tantas decepciones puede hacerse difícil de sobrellevar.
Y aquí estoy, a medio sentir entre la melancolía y la rabia, escuchando canciones de Adele mientras me apuró un vaso de whisky y dejo el cigarro sobre el cenicero, y empiezo a repasar mentalmente en todos los fracasos amorosos de mi vida.
Ya lo decía Carrie Bradshaw, quizá algunas mujeres no nacemos con el gen de novia, quizá simplemente no está en nosotras. O al menos esa es la hipótesis en la que voy a creer ahora, que mi ADN sufrió algún tipo de mutación que me hizo defectuosa.
Respiro, o suspiro. Ya no lo sé, a veces ya no sabes distinguir cual es cual. Mientras tanto tu mente trata de decirte que todo estará bien, que si superaste todas las anteriores seguro esta también.
Después viene el duelo, esa etapa que puede adoptar infinidad de formas. Depresión, nostalgia, venganza, rabia, dolor, locura.... todas y cada una manifestándose, a veces por días, a veces por horas, a veces por minutos.
Y entonces recuerdas que tienes dos opciones: hundirte en tu tristeza o transformarlo en arte. Y yo elijo el arte.
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