Quedamos de vernos a las 5. Yo iba 10 minutos atrasada y respiré profundamente en forma de alivio. Eso me dejaba 30 minutos de nuestra cita, exactamente en esa cantidad de tiempo pensaba inventar una excusa y salir de allí, o al menos ese era mi plan. El taxi me dejo enfrente del lugar, mientras bajaba me preguntaba porque rayos había aceptado ir a una cita con el primo de una amiga, "creo que ustedes harán click" fue lo que dijo. Mi amiga, siempre intentando juntarme con alguien, sinceramente no podía entender porqué se empeñaba en volverme una chica con novio en vez de respetar mi (eterno) voto a la soledad. Respiré una vez más y leí el anuncio del sitio "Café Diez". Pensé que no era nombre muy atractivo, pero concordaba con la ubicación. No era el típico lugar que se encontraba en una de las avenidas principales, sino más bien un lugar entre calles. No resaltaba particularmente tampoco. Asumí que probablemente las únicas personas que lo conocían eran las que vivían cerca.
Crucé las calle y miré la entrada. El lugar parecía anticuado y me entraron ganas de irme. "No huyas" me dije mentalmente. Lo cierto era que ya desde hacía un buen tiempo había renunciado al juego de las citas, no me apetecía salir con nadie y cuando encontraba a un chico prometedor, me escabullía lo más rápido posible. "No hay libertad en el amor" me habían dicho mi madre una vez, y esas palabras quedaron grabadas a fuego en mi memoria. Me había vuelto demasiado incrédula en el amor, para mi eso solo existía en los libros. Así que mi vida transcuría en meditar, leer y trabajar, viajar y salir con los amigos y visitar a mi familia. A mí parecer, era perfecto.
Respiré una vez más y entré. Y sentí algo extraño, como si hubiera dado un salto, pero probablemente solo era la adrenalina corriendo por mi cuerpo, poniéndome en un estado de alerta. Avancé entre las desgastadas mesas de madera, lentamente, esperando que no se hubiera presentado. Fue en ese momento que una voz llamó mi nombre. Me giré y lo vi, ahí estaba el primo de mi amiga, sonriendo. Me acerqué hasta su mesa y lo saludé. Me acomodé en el asiento y me quité los lentes oscuros. En un lado de la mesa descansaba un libro, era "Rayuela" de Cortázar. "Empezamos bien" exclamé mentalmente, y después eliminé ese pensamiento. La camarera llegó y le pide un café oscuro, cargado, sin azúcar ni leche. Mi cuerpo gritaba cafeína a todo el pulmón.
Me disculpé por el retardo, y empezamos hablando del trabajo y de mi amiga. La camarera trajó el café y le di un sorbo, estaba en su punto. Si pudiera habría pedido un martini, pero se supone que no debes beber alcohol en tu primera cita, o al menos eso leí en alguna revista femenina. Pff, como si eso me importara. Miré discretamente mi reloj, y para mi sorpresa apenas habían pasado 5 minutos. Aún me quedaban 25 minutos para pensar en una excusa y retirarme. El tiempo estaba pasando muy lento.
- Así que acabas de regresar de París - le dije - viviste allí mucho tiempo, o eso me dijo Isa.
-Dos años, y fué....interesante, creo que es el mejor adjetivo que puedo ponerle.
-Siempre he querido ir - añadía y respiré profundamente, con aire melancólico.
- Es impresionante, París es realmente bello.
Siempre había querido ir a París, había leído tantas historias que sucedian en París que deseaba ir, y perderme en esa maravillosa ciudad. Y el había vivido allí. OMG.
-Leyendo Rayuela? - decidí inclinarme por un tema que conocía bien, los libros. Yo nunca había leído Rayuela pero había decidio hacerlo cuando estuviera en París, para visitar todos los lugares que mencionaba la novela.
-Lo he leído muchas veces - dijo, pero no con tono presumido, más bien con aire nostálgico. - Lo leí por primera vez cuando vivía en París, y desde enconces es uno de mis libros favoritos. Creo que ahorita lo leo porque siento un poco de nostalgia por mi vida allá, es extraño.
Observé sus ojos. Eran de un color verde aceitunados y tenían una expresión melancólica, como añorando algo que había sucedido mucho tiempo atrás. Isa me había dicho que tenía cinco meses que había regresado, lo que era relativamente un corto tiempo. Le comenté que yo estaba leyendo "Los Miserables" de Victor Hugo, y que era una curiosa coincidencia.Charlamos un poco más sobre libros y pedí una segunda taza de café. Observé el lugar más detenidamente y me reafirmé mi observación sobre su aspecto vintage, pero mi percaté que tenía un airé francés.
-Es un lugar curioso - exclamé.
-Solía llamarse Café Rayuela- y esbozó una sonrisa de complicidad. Yo también me reí.
Observé mi reloj discretamente una vez y noté que se había quedado estático. Como pudo pasar? No me parecía que la pila fuera a consumirse hoy, toda la mañana había funcionado correctamente. Busqué con la mirada otro reloj, y justamente enfrente de mí, arriba de nuestra mesa, había un gran reloj antiguo. Lo miré fijamente, algo no marchaba bien. La manecilla larga apuntaba las doce en punto, y la manecilla corta giraba en el sentido contrario al que debería girar.
-Disculpa, traes reloj? - pregunté educadamente a mi "cita"- el mío ha dejado de funcionar, y el de arriba parece que también se descompuso.
Se deslizó la camisa para poder observar su reloj digital y lo miró extrañado.
-Parece que el mío tampoco funciona. Los números aparecen demasiado rápido, y me marca las 11:58. Que extraño.
Miré a mi alrededor. Busqué a la mesera por todo el lugar pero no parecía haber nadie. No se escuchaba ruido y por primera vez me di cuenta de que no había nadie más en ese lugar. Comencé a asustarme. Me levanté de la silla y miré otro de los relojes del lugar, también giraba en sentido contrario. El olor del café recién hecho llegó hasta mi nariz y volví la vista en busca de alguien, pero todo seguía absolutamente igual.
Pensé que quizás le habían puesto algo al café y estaba drogada pero me sentía exrañamente normal. Caminé de vuelta a la mesa y dije - Creo que deberíamos irnos.
Avanzamos hasta la entrada y salimos al exterior. Todo fue aun más confuso. La calle estaba silenciosa y despejada. Corría un viento suave y las estrellas brillaban resplandecientes. Parecía surreal. No podía haber transcurrido tanto tiempo. Tampoco había gente. Comencé a desesperarme y grité un "hola!" para ver si alguien me respondía. Nada.
Caminamos por la calle deprisa y pensé que no debía haber traído tacones. "Rayos!" exclamé. Observé el extremo de la calle y apresuré la marcha. Quería salir de ese extraño lugar y volver al mundo real. Empecé a sentirme cansada pero no quería detenerme. Seguí pero parecía no alcanzar el extremo de la calle, la escena a mi alrededor se veía igual y yo me sentía atrapada en el mismo lugar. Nos detuvimos para respirar.
- Que está pasando? - grité- Dondé estamos? A dónde me trajiste? - comencé a exaltarme y pensé que todo era su culpa.
-Yo tampoco sé que esta pasado! - respondió- estoy igual de desconcertado que tú.
Sentí frustración y furia. Traté de calmarme y pensé que todo estaría bien, pero me sentía atrapada. Reanudamos la marcha y fue entonces que sucedió. Sentí una sacudida violenta y vi como sl suelo empezaba a fracturarse. Me aterroricé. El cemento comenzó a destruirse. Él me tomó de la mano y comenzamos a correr. No avancé mucho antes de caerme por culpa de los tacones. Me los quité como pude y volvimos a correr. Alcanzamos el extremo de la calle y nos detuvimos en seco. Ya no había calle, de hecho, no había nada más que un profundo y oscuro abismo. Y ahora qué? Traté de pensar que no era real, que no estaba sucediendo, que solo era mi imagnación. Me concentré en toda mi racionalidad para decirme que no era más que un mal sueño. Y entonces el exclamo mi nombre. Señalaba hacia el cielo y vi el espectáculo más hermoso que había presenciado en mi vida. Era un aurora boreal, pero como podía ser? Se supone que eso no puede observarse en la ciudad? No me había dado cuenta que lo había pronunciado en voz alta.
-Hay cosas que no pueden explicarse- dijo él.
Nos olvidamos de que la calle se destruía y del abismo que nos esperaba al otro lado y contemplamos el espectáculo. No pude evitar llorar. Allí, en lo que parecía ser el fin del mundo, contra toda lógica estaba sucediendo un de los expectáculos naturales más bellos que existían. Y yo tenía la oportunidad de verlo. Hay cosas que desafiaban la lógica. Me percaté que él y yo nos habíamos tomado de la mano. Era una sensación extraña, pero agradable, cálida. Sentí que nuestras manos encajaban perfectamente. Miré de nuevo la aurora y me sentí agradecida por eso extraño momento mágico y por tener a alguien con quién compartirlo. Quizás si era el fin del mundo, pero no estaba sola, yo, que había permanecido en soledad.
La aurora desapareció y volvimos a la realidad. Nos reímos porque nada de aquello tenía sentido, y porque las otras opciones eran llorar o enojarnos. Preferimos la locura. Volteamos hacía el abismo y ambos lo comprendimos. No había otra opción, teniamos que saltar. La calle seguí destruyéndose y pronto nos alcanzaría, si no saltábamos ella nos obligaría a hacerlo. Y entonces se me ocurrió que toda aquella escena no era más que una metáfora de la vida. Un camino lleno de brechas pero con sus momentos bellos. Sujete su mano con fuerza y le dije: esto no es el fin, es el comienzo. Por fin lo comprendí todo.
No era mi imaginación. Era yo la que había creado ese mundo. Era mi mundo, antiguo, estable, perfecto para mí. Y él era la sacudida, que derrumbaba todo para que yo pudiera crear algo nuevo. Eramos un choque, eramos nostros enamorándonos. Y de todas las metáforas que hubiera pensado para el amor nunca se me hubiera ocurrido la de un abismo, pero tal vez sea así, como un agujero negro, misterioso, nunca sabes que sucederá pero por alguna razón desconocida te dejas arrastrar por él, llamale adrenalina, magetismo, fuerza, pero al final sabes que es amor.
Saltamos.
**********************************************************************************
Nota: Este un trabajo de ficción. Cualquier parecido con la realidad o surrealidad es pura coincidencia. ;)