En la víspera de mudarme a una nueva ciudad, me encuentro pensativa sobre un montón de cosas. Viví en Guanajuato por seis meses, y aunque parece poco tiempo debo decir que en ese tiempo experimente algo así como un paseo en una montaña rusa. Mientras observó mi ya casi vacío cuarto, hago memoria de los momentos buenos y malos. Cierro los ojos y mi mente trae demasiados recuerdos. Esta experiencia tan intensa me ha hecho replantearme algunas cosas en las que no había pensado que me sucederían. Sin duda, vivir aquí, me hizo vivir muchas cosas nuevas, tanto buenas como no tan buenas, pero que sin duda me han dejado un aprendizaje.
Vivir en Guanajuato me hizo recordar que el mundo no es de caramelo. Que a veces, aunque lo intentes, hay sitios que quizás no son para ti (y digo quizás porque uno nunca sabe si lo pisará de nuevo). Tal vez fui, con mis costumbres foráneas, mi sentido del humor demasiado llevadero, o mi carácter fluctuante, los que me hicieron sentirme siempre como una marginada. Nunca encajé, o nunca sentí que lo hiciera. No siempre estarás en lugares donde la gente sea cálida, o tengan las mismas ideas que tú, o te vayan a entender porque eres de fuera. Vivir aquí me recordó que la vida es así, dura, y que como dices Augustus, el mundo no es una máquina de conceder deseos.
Comprendí que, tal vez, con el paso del tiempo es más complicado hacer amistades. A estas alturas de mi vida, y con todo lo ya vivido, a veces es complicado forjar conexiones que perduren. De pronto te das cuentas de la gran brecha que existen entre las ideas, y que esas ideas chocan, y pueden formar grandes (y graves) explosiones. A veces me pegaba como un rayo, mientras platicaba con distintas personas más jóvenes, que yo ya no soy la misma que a mis veintitantos, quizás aquella yo hubiera compaginado más con ellos, pero mi yo actual es muy distinta.
Me ha dado cuenta, también, que sin importar el grado de madurez que digas tener no estas exento de llevarte decepciones y de cometer errores épicos. Si, yo cometí errores, hice cosas que nunca pensé que haría y que a veces criticaba en otras personas. Vaya sorpresa. Sin embargo, también experimenté mentiras y traiciones, hipocresía, y deshonestidad. Nada puede exentarte de eso. La vida es así, y lo pasarás a la edad que sea.
Me di cuenta también, que la gente siempre tendrá una opinión de ti. Y que aunque quizás tu te consideres una buenas persona eso no implica que los demás lo hagan, es duro pero al final me recordé a mí misma que la única opinión que debe importarme es la de mi misma.
Valoré mucho más todo aquello que dejé en mi ciudad natal, mi familia y amigos, y personas que en verdad me estiman. El clima, la comida, la forma de ser tan distinta del lugar donde vivo. El mar, la arena y el sol quemándote la piel. Recordé que la felicidad se compone de pequeñas cosas.
Volví a suspirar después de mucho tiempo y al final termine con el corazón roto. Baje los muros y las defensas, ignoré a mi intuición y lo que me aconsejaban mis amigos por un chico. Ahorita me siento triste y rota. Pero conocí partes de mi misma que no conocía, me mostró hasta donde puedo llegar por alguien, hasta perderme a mi misma y convertirme en alguien que ahorita ni siquiera reconozco. Aún estoy aprendiendo lecciones por él, y quizás un día las escriba aquí, y sé que algún día también, se las voy a agradecer. Esto me hizo tener más consideración hacia mis amigas, y hacia mujeres de mi propia familia que yo solía juzgar, pero ahora me doy cuenta de que a veces, nos perdemos a nosotros por amor.
Fue duro? Sí.
Aprendí? Muchísimo.
Volveré? No lo sé, el futuro siempre es incierto.
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