Dicen que los libros nos llegan en los momentos indicados. Eso pensé mientras le daba vuelta la página al libro que estaba leyendo. Las palabras unidas en oraciones me recordaban a una sola persona. Pensé en las historias que relataba aquella novela, y en la manera en qué, aunque eran múltiples mujeres las que aparecían, yo me identificaba con cada una. Me parecía que a párrafos bien yo hubiese podido estar contando esa historia.
Con la pluma lista, voy subrayando aquellas frases con las que me siento identificada en ese momento. Y en cada una de ellas no puedo evitar pensar en una misma persona. Me parece tan triste a veces, y otras, tan liberador.
Quizás, lo libros si llegan cuando los necesitamos. Quizás en ellos podemos hallar una poca de sabiduría que creemos que nos hace falta. Quizá lo necesitamos como otra forma de conectarnos con alguien, de saber que alguien es capaz de traducir lo que sentimos en palabras.
A veces, mientras leo, en vez de imaginarme a los protagonistas, me imagino diciéndole esas palabras a la persona en la que estoy pensando. Y desearía poder decírselas en verdad. Pero no siempre se puede.
He vuelto a entender que no todas las historias pueden tener finales felices, que algunas solo son momentos de la vida, que son transitorias, que quizá nunca las comprenderemos, pero de alguna manera afectaran a quienes seremos, algún día.
Y tal vez yo algún también, cierre los ojos y recuerde nuestra pequeña y fugaz historia.
Los libros siempre, siempre llegan cuando necesitamos aprender algo, siempre. Por eso mándame un título al azar, es mi momento de aprender
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