La otra vez iba escuchando la radio, y dieron el reporte del tiempo. También mencionaron que la calidad del aire no era muy buena, debido a la contaminación. Dieron un puntaje de acuerdo a la escala IMECA. Esto último me puso a pensar.
Me pregunté como sería si en vez de medir el índice de contaminación del aire midiéramos la composición de la atmósfera en términos distintos. Imaginemos que pudiéramos medir todos los suspiros que se han perdido en nombre de alguien. A veces me pregunto que pasa con esos suspiros, si se transforman en vapor de agua, si desaparecen, si se van a otra dimensión o si se transforman en algún tipo de magia desconocida.
Imaginemos, que medimos la composición del aire, en base en aquellos momentos que nos cortan la respiración. Cuando estrechamos a alguien en nuestros brazos, cuando perdemos la noción del tiempo en un beso, cuando cerramos los ojos en el momento del éxtasis, cuando contemplamos un paisaje, cuando experimentamos un milagro.
Imaginemos que medimos la composición del aire en base a las lágrimas que hemos derramado, de felicidad y de dolor. Cuando alguien ya no está con nosotros, o cuando nos reencontramos con alguien, cuando las madres cargan a sus bebé, cuando cumplimos un sueño.
Imaginemos que medimos la composición del aire en base a lo que transpiramos. Cuando corremos una carrera, o cuando hacemos el amor, o cuando trabajamos duro para llevar el pan a casa.
Imaginemos que pudiéramos medir la composición de la atmósfera en base a todo eso. Yo imagino que vivimos bajo una enorme nube llena de sueños, de dolor, de esperanza, de amor. Y a diario caminamos debajo de ella, pero no nos damos cuenta, ya no volteamos más al cielo.
Imaginemos todas esas historias rotas. Todas aquellas promesas que flotan. Todo los sueños que forman esa inmensa nube. Hay una parte de nosotros también allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario