La puertas del metro se cerraron. Había sido un día frío y lluvioso así que mucha había preferido quedarse en sus casas, así que el metro no estaba muy congestionado. Me senté en una de las casi vacías sillas de la hilera frente a la puerta. Saqué un libro para avanzar un poco con mi lectura, como de costumbre, pero no podía concentrarme así que desistí. Quizás lo mejor era cerrar los ojos hasta llegar a mi destino, y ver si podía dormitar un poco pero mi sentido de alerta no me lo permitió. Parecía que iba a ser un largo trayecto a casa.
En la siguiente estación abordó una pareja. Se sentaron en la frente a mí. Eran jóvenes y se veían muy enamorados. La chica no paraba de reírse mientras el chico le susurraba cosas en el oído. Yo no quería que se dieran cuenta de que los estaba observando pero tampoco podía evitarlo. Traté de ver hacia lado pero la risa de la chica me lo impedía. Y no solo era eso. Lo que realmente captaba mi atención no era ellos y su demostraciones afectivas, si no más bien, eran los puntos suspendidos que se encontraban en el hombro izquierdo de cada uno de ellos. Un punto verde y brillante. Eran tan jóvenes y aún así ya se habían encontrado. Eran almas gemelas.
Se suponía que todos teníamos uno flotando sobre nuestro hombro izquierdo, pero era prácticamente invisible hasta que conocías a tu alma gemela. Entonces se tornaba verde y brillante. Ese pequeño punto parecía ser importante para todas las personas, todos querían encontrar a sus otras partes. Ese pequeño punto valía tanto, que muchos habían perdido la cordura por encontrarlo. Los afortunados que lo encontraban, parecían vivir felices para siempre, como en los cuentos que me contaba mi abuela de niña. Los que no lograban hacerlo se limitaban a ser indiferentes, pero sabiendo que su alma gemela se encontraba en algún lugar de allá fuera. Era increíble como algo tan pequeñito cambiar la vida de las personas. Había algo casi mágico en él.
Sin embargo yo no era de esas afortunadas. Yo nunca había visto ningún punto verde en ningún chico y era obvio que ninguno de ellos tampoco había visto uno en mí. El pensamiento me hizo un nudo en el corazón. Eso me ponía nostálgica. La verdad era que todos deseábamos encontrar ese punto flotando sobre ese persona, y esa persona pudiera verlo sobre nosotros. Lo deseábamos desesperadamente. Algunos pasaban la vida buscándolo. Algunos se volvían locos. Así era mi mundo. Cerré mis ojos esperando que afuera lloviera y que pudiera llevarse mis pensamientos.
El ruido de la puerta del metro me despertó. Había llegado a mi estación. El tiempo se me había pasado más rápido y pensé que tal vez me había quedado dormida. Me levanté rápidamente y me si cuenta de que la pareja ya no estaba. Salí del metro y para mi sorpresa la estación estaba casi vacía. Era lógico, pensé. Caminé lentamente por el pasillo central hasta llegar a un espacio donde se encontraba un gran reloj, marcaba las 8:10 de la noche. Pensé que era más tarde. Y era muy extraño que a esa hora la estación estuviera tan vacía. Miré a mi alrededor, Un par de personas caminaba lentamente por la estación, como si estuvieran dando un paseo por ella. Eso también era extraño. Generalmente se escuchaba un barullo por la cantidad de gente que iba a y venía apresuradamente por la estación. Sin embargo, esa noche estaba tranquilo. Extrañamente tranquilo. Sentí que si me atrevía a suspirar probablemente se escucharía en cada rincón. Intenté avanzar, pero el movimiento me pareció imposible de realizar. Por alguna extraña razón mi mente no parecía obedecer mis órdenes. Lo intenté de nuevo pero nada, no me movía. Mire el reloj y esperé. Suspiré lentamente y transcurrido un minuto, realicé la misma tarea. Esta vez mis pies respondieron inmediatamente. Preocupada, caminé lo más de prisa que pude hacia la salida de la estación.
Al salir, el aire frío me golpeó la cara, pero después del extraño suceso me pareció revitalizante. Traté de calmar mi ritmo cardíaco y continué mi camino hacia casa. Pese a que me encontraba fuera, tenía una extraña sensación. No sabría como explicarlo.
Llegué hasta el puente, y noté que casi no habría gente transitando por él.Consulte mi reloj: eran las 8: 27. No era tan tarde, pero aun así estaba casi desierto. Caminé, volteando cada tanto hacia atrás, para ver si alguien venía. Quizás ya no debía ver tantas películas. Debajo, los carros iban a venían, sin mucho ruido. A la mitad del puente vi a un chico recargado sobre el barandal, fumando. Miles de ideas pasaron por mi cabeza pero aún así tenía que atravesar el puente, tomar otro camino a casa me llevaría mucho tiempo. Suspiré y avancé. Pasé de largo al chico, y seguí caminando. De repente alguien gritó mi nombre.
-Lena!
Giré y para mi sorpresa, la voz provenía del chico que estaba fumando. Pensé en que había una confusión y había alguien más llamada Lena cruzando el puente. Observé a ambos lados, pero no había nadie más. Quise irme, pero de nuevo mis zapatos no se despegaron del suelo. Al ver que no me movía, él se acercó a mí.
-Lena, es que no me reconoces?
Lo vi más de cerca, llevaba unos jeans, una chamarra negra, tenis y un camiseta gris. Su cabello negro le caía sobre los costados de la cara, enmarcándola.Tenía labios delgados, y unos ojos negros y profundos. Hice trabajar mi memoria, pero al igual que mis pies, estaba congelada.
-Lo siento, yo...
-Soy Oscar, vivíamos en la misma calle. íbamos al escuela juntos.
-Oscar! - dije, reaccionando y lo abracé. No sé como no pude reconocerlo. Pero lo cierto es que no lo había visto en mucho tiempo.
-Hacia dónde vas? - me miraba con mucha curiosidad
-Voy a mi casa - respondí en un tono aburrido
-Te invitó un café, aquí cerca - añadió rápidamente al ver que yo consultaba mi reloj - Hay que celebrar nuestro reencuentro.
-Esta bién - me sentía cansada, pero después del extraño día que había tenido, un café no me vendría mal. Regresamos por el puente y caminamos hasta una cafetería cercana. Mietras tanto pláticabamos sobre lo que habíamos hecho de nuestras vidas. Yo siempre he pensado que mi historia era muy aburrida, pero aún así Oscar la escuchaba con atención.
Al entrar en la cafetería, nos sentamos y ordenamos dos cafés y unos pastelillos para acompañar. Conversamos y tomábamos café. Pronto, comencé a sentirme más animada, seguramente por la cafeína, y empezamos a rememorar "viejos tiempos". Me sentí un poco nostálgica, pero aún así pensé que encontrarme a Oscar había sido una agradable sorpresa. De niña solía pensar que cuando fuéramos grandes nos casaríamos y viviríamos felices por siempre. Suspiré, eran cosas de niños. Desafortunadamente nunca vi ese misterioso punto verde en el hombro izquierdo de Oscar. Estoy segura que él tampoco veía nada sobre el mío. Quizás en otro mundo seríamos almas gemelas.
Cuando íbamos por la tercera taza de café, Oscar me preguntó, con sierto aire serio:
-Qué haces aquí?
La pregnta me desconcertó un poco.
-Pues tomo un café contigo.
Sonrió, admito que tenía una linda sonrisa.
-No, no me refiero a eso, sino a qué haces en este mundo?
Lo miré fijamente. Creo que ahora íbamos a empezar las charlas existenciales.
-Bueno, ya te dije, trabajo en el laboratorio...- él movió la cabeza.
-No - hizo una pausa - acaso no te has dado cuenta?
Esta vez fui yo la que movió la cabeza. De que hablaba?
-Estás en otro mundo - dijo y sonrió - bienvenida.
Estaba desconcertada, como que en otro mundo? De qué estaba hablando? Acaso estaba drogado? Quizás eso explicaría el cigarro. Quizás era hora de irme.
Al ver mi cara de desconcierto,trató de explicarse mejor.
-Yo vivo en otro mundo - sacó un cigarro de la cajetilla y lo prendió, le dió una calada - y tu haz venido a mi mundo. Acaso no has tenido una sensación extraña desde que saliste de la estación?
-Sí - dije, secamente. Como rayos sabía eso?
-Bueno, es tu mente advirtiéndote de que hay algo extraño. Y efectivamente, no éstas en tu mundo.
-Creo que debo irme - dije cortante y algo molesta. Oscar me sujetó de la mano.
-Puedo probarlo.
Movió su mano y señaló a través de la ventana. Yo no quería voltear, pero mi curiosidad siempre me ha ganado. Entonces la vi. La luna era rosa. No lo podía creer. Quise gritar pero no pude. Había luna llena y era rosa. Parpadeé pensando que era algún efecto de mis ojos. Quizás yo también estaba drogada, quizás había puesto algo en mi bebida. Pero sabía que no, todo el tiempo tuve mi taza, y tampoco la señorita que nos atendía pudo poner algo.
-No consumo drogas - dijo, como leyendo mis pensamientos.
Traté de darle una explicación. Busqué en mi memoria algún fenómeno físico al que le pudiera atribuir el color de la luna, pero no se me ocurrió ninguno. Traté de calmarme.
-Estamos en otro mundo - dijo Oscar una vez más.
Lo miré mientras él le daba otra calada a su cigarro.
-Donde estamos?
Alzó lo hombros.
-Como llegué aquí?
-Por el metro, la estación en que bajaste es la entrada a este mundo. Así llegué yo.
Me sentí aún más desconcertada.
-Así llegaste tú? Y porqué no te has marchado? - tenía demasiadas preguntas.
-No quiero, me gusta más este mundo.
Lo mire y después miré la luna. Era hermosa. El destello que emitía era rosa. Era impresionante. Creo que en ese instante pude comprender a Alicia cuando estaba en el País de las Maravillas.
-Porqué estás aquí?
-Bueno, no me gustaba el otro mundo. Cambió demasiado. La gente olvidó la
perspectivas de las cosas, y se volvió loco.
Pff. Él hablando de locura.
-Y sobre todo el asunto de las almas gemelas. Todos buscando ese puntito desesperadamente como si fuera el código de barrar de un algún objeto en descuento. Quieres otra prueba más de que no estás en tu mundo? - señaló hacia atrás de mí.
Allé se encontraba una pareja cenando. Ya eran personas grandes, pero se veían con ternura. Sonrían y charlaban. El señor agarraba la mano de su mujer. No tenía que conocerlos para poder decir que se amaban. Lo notaba en sus miradas. Lo extraño era que ninguno de los dos tenía ese puntito verde flotando. No como la pareja del metro.
-Me gusta este mundo porque aquí solo amas. No importa si tiene un punto o no.
Lo mire. Pese a que sus ojos eran negros, transparentaban claramente sus emociones. Yo había perdido la voz. Una tristeza profunda como la raíces de un árbol comenzó a invadirme.
-Qué hago aquí?- dije, con un hilo de voz.
El me miro. Y en sus ojos se dibujaron cierta melancolía.
-Yo te llamé, quería verte.- hizo una pausa - y supongo que a ti ya no te gustaba tu mundo. Más o menos así he adivinado que funciona el sistema.Sonrió. Estaba nervioso.- Escucha, Lena, he pensado mucho en ti. Me gustabas cuando éramos niños. Tenía la idea de que tu serías mi esposa. Pero el punto nunca apareció sobre tu hombro. Era tan rídiculo. Yo siempre supe que eras tú. - Bebió un poco de café - Entonces nos mudamos. Cada noche pensaba en ti.Quería verte. Pero nuestros caminos nos llevaron por caminos diferentes. Supongo que perdí mi interés en el mundo, por así decirlo. Y un día, llegue a esta estación y a este mundo. Y decidí quedarme. Y desde que llegué he pensado en ti. Cada noche. Fuiste mi primer amo. No, corrección, has sido mi único amor.
No supe qué decir. Todo un remolino de emociones se desató en mi interior, y llegó hasta mi garganta, dejándome sin voz.
-Tengo que irme - dije.
Su mirada atravesó cada capa de mi piel. La melancolía se había convertido en tristeza. Éramos dos personas tristes sentadas en una cafetería, mientras una tenue luz rosa nos iluminaba. Era casi surreal.
-No puedo evitar que te vayas. Te acompañaré a la estación.
Caminamos en silencio. Yo pensaba en demasiadas cosas y él igual. Quería decirle algo pero no sabía qué. Entonces comencé a hacerme miles de preguntas: Lo amaba? Quería quedarme en este mundo? Que pasaría con el otro mundo? Me sentía feliz en mi mundo? Sería más feliz en este? Porqué la luna es rosa? Lo amaba? Pensé en mi mundo. Aquél lugar donde la felicidad la dictaba un puntito verde flotando sobre el hombro izquierdo. Donde yo no encajaba. Donde no era feliz. Donde parecía no ser el alma gemela de nadie. O podía quedarme en este nuevo mundo, donde un hombre me acababa de declarar su amor. Toda una vida deseando encontrar a mi alma gemela y ahora alguien me decía que estaba enamorado de mí. Nos reencontramos en este mundo.
Entonces pensé en las coincidencias. En la serie de sucesos que habían ocurrido para llegar a este mundo, Nos había tomado años reencontrarnos, nos había llevado, literalmente, cruzar mundos para reencontrarnos. Era surreal.
Llegamos a la estación. Caminamos hasta el andén. Y esperamos.
Recordé los días de antaño, los tiempos felices en los que Oscar y yo jugábamos cuando éramos niños. El día en que se mudó lloré incontrolablemente, sentí una tristeza que jamás había vuelto a sentir... hasta hoy. Y entonces lo entendí, ese día se había forjado la raíz de mi tristeza. Se había ido a las 8:10 de las mañana y yo había llegado aquí a las 8:10 de la noche, Habían transcurrido 17 años. Tomé sus manos y lo abracé. Recordé que todos los días pensaba encontrar a mi alma gemela, sin saber que la había encontrado hace mucho. No importaba que no flotara el punto sobre su hombro, de hecho no importaba nada. Sentí que la tristeza iba desapareciendo poco a poco, y que las raíces estaban dando paso a una bella flor, al algo nuevo y hermoso. Quizás no bastaba un mundo para nosotros.
-Me quedaré contigo- dije.
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Nota: esta es una obra de ficción, la cual esta inspirada por dos obras, "1Q84" de Haruki Murakami y "Brida" de Paulo Coelho.
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