Camino por el asfalto con mis tenis desgastados, y siento una pequeña felicidad interior al saber que ese desgaste se debe a mis paseos nocturnos, se han convertido ahora en una parte de mí. Es una noche fría, y siento el viento golpearme la cara, y atravesarme los poros de la piel, pero no importa, porque eso te hace sentir vivo. Me arrebujó en la chaqueta de cuero y enciendo un cigarro, sí, es mi compañero fiel. Pese a la oscuridad, llevo lentes negros, creo que le da más intensidad al momento o quizás solo he perdido la cabeza.
Mi nueva rutina nocturna, se la debo a mis insomnios. Hace un mes dejé de poder conciliar el sueño en las noches y después de dar innumerables vueltas en la cama decidí hacer algo al respecto. Al principio leía, después me ponía frenéticamente a escribir, pero no me bastaba. Así que decidí salir y recorrer la ciudad, y entonces sucedió la magia, me había enamorado. No voy a negarlo, al principio me producía escalofríos pero poco a poco fueron disipándose como niebla al amanecer. A veces llevo un libro y lo leo sobre el puente mientras contemplo el mar. He llegado a pensar que la noche hace una gran diferencia, y aunque suene trillado, todo me parece un poco más poético, más nostálgico, más decadente.
Camino y fumo, miro, observó, pienso, leo. En la noche tengo oportunidad de llevar a cabo todo esos verbos que el día no me deja, porque siempre hay algo más importante que hacer. Pero la noche es diferente, es tranquila, es paciente, y te da libertad, es tu cómplice, tu amante.
Puedes conocer mejor tu ciudad, verla con una luz diferente. Lejos de la perfección que todos intentamos construir pero que sabemos es imposible de alcanzar. Eso me gusta de la noche, es más honesta. Antes, cuando despertaba, sentía miedo, miedo de la noche, de esa oscuridad tan misteriosa y deseaba volver a dormirme lo más rápido posible. Ahora pienso, que la noche es una oportunidad para ponerme cara a cara con mi soledad, para hacer las pases con ella y conocerme mejor a mi misma. Pero no es fácil, nos la pasamos huyéndole, porque enfrentar la soledad requiere mirarse en un espejo, y ver más que solo el reflejo, requiere aceptación, sinceridad, y de vez en cuando, lágrimas. Noche y soledad, compañeras de vida.
Sigo mi camino y observó las luces de las casas que iluminan el paisaje. Se me figuran pequeñas luciérnagas en un bosque inmenso. Todas esas luces haciéndole frente a la oscuridad, como un batallón en espera permanente del enemigo. Si tan solo, lo viéramos diferente.
Y aquí estoy yo caminando, oyendo el sonido de mis propios pasos, a través de cada calle, acompañados de vez en cuando por el sonido de un auto o la música lejana de alguna fiesta. Quiero llegar hasta la playa. Me dirijo hacia el puente porque es un ruta más rápida y la vista es hermosa. El viento se hace más fuerte y siento mi piel enchinarse por el frío. Con dificultad enciendo otro cigarro, el sabor a tabaco me inunda la boca y continúo andando.
La vista desde el puente es un belleza, el mar está tranquilo y las olas golpean con suavidad la orilla. Imagino que el agua debe estar helada. El cabello me impide una visión clara pero no importa, el camino me lo sé de memoria. A lo lejos escucho unas campanadas. Entono un par de melodías. De repente, me paro y contemplo el cielo, es un hermosa noche. Las estrellas dibujan un estela en el cielo, como un vaso de leche derramado. Desearía estar allá arriba y contemplarlo todo: mi ciudad, mi casa, las calles, el puentes, la playa...
Cierro los ojos e intento absorber ese instante, sentirme parte del universo, porque en la mayor parte del tiempo me siento como una marginada. Y no es que eso sentirme mal, simplemente, la mayor parte del tiempo no coincido con la gente.
Camino más aprisa porque siento que una energía me mueve, deseo llegar a la playa. Sin darme cuenta, estoy trotando, impulsada por una batería interna. Hasta que llego. Me quito los tenis y piso la arena. Aminoró la marcha y disfruto cada paso, cada huella. Imagino mis pasos cruzándose con los de cientos de personas más, pero sin conocernos, sin toparnos siquiera, pero todos viniendo a este hermoso lugar. Llegó hasta la orilla y contempló el mar, negro, inmenso, misterioso, como la noche. El aire esta helado, pero aún así me quito la chamarra. Quiero sentir. Estiro los brazos y doy un par de vueltas como lo hacía cuando era niña y venía a la playa con mis padres.
El agua roza mis pies y puedo sentir lo fría que está. La piel se me enchina de nuevo, respiró profundamente e introduzco los pies en el mar. En ese momento deseo fundirme con la playa, volverme agua y sal, volverme infinita y misteriosa. Como la noche.
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Nota: Esta es una obra de ficción, cualquier parecido con la realidad o la surrealidad es pura coincidencia.
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