Mientras abro la puerta del auto trato de no mirar atrás, pero no puedo evitarlo, no soy como esas chicas a las que se les hace fácil dar el siguiente paso. Contemplo una vez más la casa con todo lo que representa, vacía ahora. Mucha gente piensa que los recuerdos se quedan cuando uno se va de un lugar, pero no es así, esos también se van contigo. La miró fijamente mientras siento la nostalgia recorrer mi cuerpo. Necesitaba esa sensación, siempre he sido así, una nostálgica sin remedio, adicta a la melancolía.
Subo al carro y enciendo el motor. La brisa del mar me golpea la cara, el olor a sal invade mi nariz. "Huele a libertad" pienso para mí, un nuevo mantra que añadir a mis lista de colección. Me coloco los lentes oscuros y empiezo la travesía. El aire mueve mi cabello y no me deja ver claramente, pero no me importa, porque mi impulso por la travesía, por lo que viene es más fuerte.
Mi nombre no importa. Después de lo que narre seguramente me llamarán de miles de formas y nadie se acordaré de él. Así somos. Soy la otra mujer. Y a partir de aquí todo cambiará, pero dejame contarte mi historia. Me enamoré de alguien prohibido, o al menos eso es lo que siempre he escuchado decir a muchas mujeres, aunque para mí eso no tiene ningún sentido. "Amor" y "prohibición" no deberian ir siquiera en la misma oración. Simplemente nos enamoramos. Lo sé, porque aunque nunca me lo dijo con palabras lo supe en sus besos, lo supe cuando me tenía entre sus brazos, lo supe en los silencios que compartíamos. Yo no necesitaba escucharlo.
Me enamoré de sus ojos azules. Suena a pecado pero es la verdad. Aunque se supone que nosotras, las otras, no podemos sentir eso, somos incapaces de sentir amor. O eso es lo que opina la sociedad. No han convertido en una especie de brujas sin corazón, egoístas, sin la más mínima idea de lo que es el amor. Pero no es así, nunca lo es.
Desde chica siempre un ansía por la libertad que no puedo poner en palabras. Fue ese impulso lo que desde joven me hizo irme de casa, la rutina era insoportable para mí. Vivir en el camino, de un lugar a otro, siempre andando, es algo que nadie nunca pudo entender de mi, y cualquier cosa que pudiera atarme, me hacía huir. "Dejar ir" fue una lección que prácticamente nací sabiendo, supe que no puedes atarte a nada ni a nadie, y que no había nada mejor que vivir en libertad. Traté de aplicar a eso a cada aspecto de mi vida. Por eso terminé con él.
Todavía lo amo. Pero lo nuestro era un amor en libertad, sin ataduras. Jamás le hubiera pedido que dejara a su esposa, incluso si lo hubiera mencionado, yo habría desechado esa idea y me habría marchado. A veces él me miraba con ojos tristes, como añorando algo, sin entender del todo, esa parte salvaje de mi ser, yo la buscadora de libertad. Lo cierto es que aprendí mucho a su lado, y experimenté la verdadera libertad cuando estabamos juntos, amándonos. Muchos creen que el amor es posesión, que la persona amada nos pertenece. No pueden estar más equivocados.
Hoy decidí irme. No le di ninguna explicación, y sé que él no la necesita. Cuando nos conocimos, nos aceptamos como éramos, yo a él con su matrimonio, él a mí con mi ansia de libertad. Pienso en su nombre y siento una lágrima caer sobre mi rostro. Pero al final ambos sabemos que no podemos estar juntos. Yo lo dejo con su esposa, con quien debe estar, pero el que este con ella no signifique que a mí me amé menos y a ella la quiera más. El amor no funciona así. Los humanos no funcionamos así.
Enciendo el estereo y suena una vieja canción. Los recuerdos que he traido conmigo empiezan a aparecer en mi mente, yo acelero. Me fumo un cigarro para ahogar las penas, ya hay muchos kilómetros detrás de mí. Y con la distancia siento que mi amor por él aumenta, pero no voy a volver. Es el precio que se paga por la libertad, la soledad. Veo la silueta del sol hundirse en medio del mar. El camino me llama y pienso para mi "huele a libertad".
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Nota: Este es un trabajo de ficción, cualquier parecido con la realidad o la surrealidad es pura coincidencia.
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